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La vez que me fui sola al Pacífico

Todo empezó con un capricho, como muchos en mi vida, y un afán de ir a ver ballenas.

Buscando nuevas experiencias y destinos, Buscando nuevas experiencias y destinos, se me metió en la cabeza que yo quería ver ballenas. Hablando con mis amigos de mi antiguo trabajo, surgió el plan de ir a pasear a Gorgona, ir a bucear y dormir unos días allá, pues el papá de la esposa de un buen amigo vivió allá y conocía como era la cosa.


Teníamos el paseo armado en palabras, el plan pintaba espectacular, pero como muchos paseos de amigos, por la imposibilidad de coordinar, el viaje nunca salió y pues yo me quedé con el tema.


Seguí averiguando sobre el Pacífico y gracias al algoritmo de Instagram, me topé con Pacifico Hostel, un hostal de mochileros en la mitad del Océano Pacífico (por los lados de Buenaventura) sumergido en el El Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga.


A principios de febrero del año pasado le escribí al hostal por Instagram para averiguar más información. El hostal me encantó, era totalmente diferente a cualquier lugar que hubiera ido. Inicialmente mi plan era ir en Semana Santa pero como no encontré compañía y, como muchas veces me pasa, por no tener con quién, dejé de insistir y ahí quedó el viaje al Pacífico, como uno más en la lista.


Paralelamente en esa época, a comienzos de marzo, yo entré en un "no me hayo" tenaz. Yo quería ser la Reina del Carnaval del 2020 y en torno a eso giraban mis planes de al menos los próximos dos años. Y bueno, estando en Carnavales todo cambio. Por no una, si no por muchas razones, en la noche de Guacherna el 26 de febrero, me di cuenta que eso no es para mi.


Entonces, así fue, se acabaron los Carnavales, regresé a Bogotá y entré en crisis. Mis planes habían cambiado; más específicamente, ya no tenía planes. Todo lo que tanto quise por tanto tiempo ya no lo quería, ¿y entonces?, ¿ahora qué?, ¿qué quiero? No tenía ni idea...


No me proyectaba en la empresa donde trabajaba a largo plazo pero tampoco me veía fuera de ella. Eventualmente quería vivir en Barranquilla pero ahora me gustaba mi vida en Bogotá. Me puse a buscar alternativas: intercambios, especialización, maestría, otros trabajos, ¡lo que fuera! Solo quería escapar del hueco en donde estaba pero no sabía cómo ni a donde. Busque por un tiempo, nada me resultaba y más que eso, nada me convencía. Así que bueno, sin más que hacer, sin saber para donde coger, me dediqué al trabajo y entré en modo piloto automático.


Pasó Marzo, pasó Semana Santa y luego a finales de Abril, por cosas del universo, Pacifico Hostel publicó una convocatoria para asistir a una Inmersión de Yoga en Agosto. La inmersión era de 4 días y que si bien nunca había hecho yoga, en el desespero de mi crisis, era la escapatoria perfecta.


Seguí averiguando sobre la Inmersión y cada vez me parecía más interesante; era mi oportunidad perfecta de ir al Pacífico, ver ballenas y conocer el hostal. El retiro consistía en un curso de yoga para principiantes junto con talleres de autoconocimiento y rituales de sanación, todo era muy nuevo para mi pero me parecía super interesante. Estaba segura que quería ir pero no me atrevía a tomar la decisión, me daba cosa irme sola, nunca había hecho Yoga en mi vida, ¿qué tal que no me guste?, ¿será que si vale la pena?, ¿y si me pasa algo?, en fin, mil dudas que a la final eran solo miedos.


Casi un mes después, y sin haber tomado ninguna decisión para salir del piloto automático, decidí buscar ayuda y fui, recomendada por una amiga, a un centro de bienestar integral en Bogotá, D.O.A. Mi cita fue con la Doctora Alejandra Ruiz (la menciono porque me parece un ser increíble). Entré a la consulta sin saber qué esperar. Recuerdo que me preguntó, "¿por qué estás aquí?" y yo le dije "no sé que me pasa, pero no me siento al 100". Ella me siguió cuestionando y no habían pasado 10 minutos cuando ya yo era un mar de lágrimas atacada llorando, desenmascarando cientos de emociones que ni siquiera sabía que existían en mi.


Ese día fue completamente revelador. Entendí muchas cosas de mi que me ayudaron a aclarar mi mente y a ubicarme en el momento en el que estaba. Todo fue muy nuevo para mi pues nunca había ido a terapia de ningún tipo ni explorado la medicina alternativa (me hicieron acupuntura y quiropraxia). Fue un coctel de emociones y nuevas experiencias; una catarsis emocional que me abrió los ojos a un mundo de infinitas posibilidades.


Esa misma tarde, Sábado 25 de mayo, no se me va a olvidar la fecha jamás, salí de D.O.A y me fui sola a un café en el Parque del Virrey. Me pedí un pedazo de pudín de Arequipe, una taza de café oscuro y con el primer sorbo dije: "Isabella te vas sola para el Pacífico".


 

Y bueno, así fue. Llegó el día, 2 de Agosto, y yo no podía de la emoción. Esa noche no pude dormir de los nervios, me levanté a las tres de la mañana, me puse mi mejor pinta mochilera (según yo) y arranqué para el aeropuerto. El itinerario era Bogotá - Cali - Buenaventura - Bahía Málaga, estaría todo el día sola y al día siguiente me encontraría con el resto del grupo (que ni idea quienes eran). El retiro empezaba el 3 de Agosto pero les tocó moverlo de hostal así que decidí irme un día antes para conocer Pacifico Hostel.


Recuerdo que cuando me bajé del avión en Cali estaba muerta del susto, no tenía muy claro cómo iba a llegar hasta el puerto de Buenaventura; me habían dado unas instrucciones pero no les había parado mucha bola. Así que, sin ganas de afrontar la incertidumbre de lo que me esperaba, me senté en un café a contemplar lo que estaba pasando y, medio riendo medio no, solo pensaba: "Isabella, ¿en qué vaca loca te metiste?"

Pero bueno, me tomé un café caliente, con pausa y sin prisa, y, como a la hora, arranqué mi travesía. Me paré muy digna y salí del aeropuerto a buscar el bus que me llevaría a la terminal de transporte. Antes de montarme en el bus recuerdo que me compré una bolsa gigante de pan de yuca que para mi fue la felicidad total. En ese momento entendí lo que significaba viajar sola: nadie que te jodiera ni que te juzgara por comerte una bolsa entera de pan de yuca y además, disfrutarlo.


Llegué a la terminal de transporte en Cali y aquí atacaron los nervios otra vez, además de que ya no quedaba un solo pan de yuca, me bajé del bus y no tenía ni idea para donde coger. Eso que uno llega con toda la intención guerrera, mentalidad todo terreno, con la pinta mochilera etc. pero no han pasado cinco minutos cuando te das cuenta que no tienes ni la menor idea de lo que estás haciendo. Pero bueno, seguí mi travesía y después de casi 30 minutos buscando el bus a Buenaventura, lo encontré. Compré mi boleto y a los 20 minutos salió el bus.


Llegué a Buenaventura a eso de las 12 del día y el bus me dejó en la terminal. Se suponía que el bus llegaba hasta el Muelle Turístico de donde salía la lancha que me llevaría a Bahía Málaga, pero yo no sé si fue que me bajé donde no era o no entendí las instrucciones pero la cosa es que yo no estaba donde pensaba que iba a llegar.


Me puse a caminar de un lado a otro en busca de indicaciones o algún letrero. En ese momento ya estaba sudando, estaba encartada y me dolía el hombro por el peso del maletín (sí, cuatro días y el maletín estaba pesado pero bueno de los errores se aprende). No sabía cómo llegar al Muelle Turístico, me daba miedo sacar el celular y no me atrevía a preguntar; no quería que nadie supiera que estaba perdida.


Y bueno, sin mucho pensar, siguiendo mi "instinto de supervivencia" (entre comillas porque a veces me traiciona y me hace creer que soy la Mujer Maravilla y termino en situaciones no tan bacanas como cuando casi me muero en una protesta en Bolivia), estiré el brazo en la calle, paré un mototaxi y cuál veterana le dije "Amigo, ¿cuánto para el Muelle Turístico?", ni me acuerdo qué respondió y con las mismas, me encaramé en la moto. Afortunadamente el trayecto fue corto así que la imagen de mi papá en Buenaventura con botas de caucho buscándome en la selva tipo película Taken fue relativamente corta.


Llegué sana y salva al Muelle Turístico y compré mi boleto hacia Bahía Málaga, la lancha salía en dos horas. Me compré un Cocosette, una bolsa de chontaduro con un jugo de maracuyá frappe y me senté afuera de una tiendita a esperar. En ese momento me relajé y dije bueno, aquí si fue. Se sentía una brisa deliciosa, el olor del mar, y la emoción de POR FIN conocer el pacífico.


Pasó el tiempo y me monté en la lancha; fue casi una hora de trayecto. Llegué al hostal y me bajé en una piedra en el mar que funciona como muelle. Apenas uno ve el lugar se siente una energía paradisiaca. El hostal queda literalmente sumergido en medio de la selva, está lleno de arboles y naturaleza en donde la única alternativa es disfrutar y relajarse. El lugar es super sencillo pero es que con tanto paisaje no necesita más. Hay una cabaña principal en donde está el bar, unas mesas tipo picnic, unas hamacas, la cocina y la recepción (un pequeño stand). A un lado de la cabaña principal están los baños y al fondo, un poco retirado más adentrado en la selva, están los cuartos. De resto, naturaleza pura y espacios al aire libre y por supuesto, rodeado de mar.


Al llegar hice check-in y dejé las cosas en el cuarto. Estaba en una habitación compartida, una estructura de madera encaramada en medio de arboles con 8 camarotes. Me puse el vestido de baño, un pantalón ancho de colores y salí a la cabaña principal; ya eran como las 4 de la tarde.


Pacifico

En la cabaña estaban el resto de personas que se estaban quedando en el hostal; todos eran mochileros. Se sentía una vibra tranquila y descomplicada. Son ese tipo de personas que sabes que vas a ver solo una vez en tu vida, pero con las que, de una manera u otra, logras una conexión instantánea. Son curiosas las conversaciones, casi que místicas, que se tienen en lugares así. En cuestión de minutos eres capaz de confiarle, a completos extraños, tus más grandes sueños y peores frustraciones y ellos, las suyas a ti. Y es en ese tipo de conversaciones, profundas pero a la vez ligeras y banales, que te das cuenta lo grande que es el mundo, lo pequeño que eres tú y lo insignificante que son tus problemas pero sobretodo, te das cuenta que lo único que se interpone entre tus sueños y tú, son tus miedos.


Nos quedamos parchando toda la noche; hubo fogata, juegos de mesa, bañada con plankton, baile y cervezas. Después de un rato largo me fui a dormir, estaba muerta del cansancio. Ya habían personas durmiendo en la cabaña así que entré en silencio y a oscuras. Estaba lloviendo pero era una lluvia tranquila y callada; de fondo se escuchaban sonidos de grillos, sapos y no sé que otro tipo de animales, que arruyaban la noche. Me metí dentro del camarote bajo la malla de mosquitos, era el de la esquina la cama de abajo. No me arropé, la noche estaba fresca y no hacia falta.


Puse la cabeza en la almohada, y ahí, en la inmensidad de la naturaleza, tranquila y feliz con mi decisión de haberme ido sola al Pacífico, me dormí. Al día siguiente me encontraría con los de la Inmersión de Yoga en el otro hostal, Casa Azul, y esta sería la primera noche de lo que yo llamo "el primer día del resto de mi vida".



 

P.d. en próximos posts: la historia del Carnaval, la de Bolivia y la de la revelación que tuve en la Inmersión de Yoga: un descubrimiento catalizador en este camino.


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