Estando en el Retiro de Yoga
- Isabella
- 27 sept 2020
- 10 Min. de lectura

Llegó el día: Día 1 del Retiro de Yoga. Me desperté en medio del paraíso y debía encontrarme con el resto del grupo. El Retiro era en Juanchaco y yo estaba en Bahía Málaga (post de cómo llegué ahí: click aquí). Por lo general uno llega en lancha es un trayecto de menos de 5 minutos, pero como había bajado la marea se podía llegar caminando y me pareció bacano el plan.

El recorrido supuestamente era corto y sencillo pero realmente eran más de 40 minutos de caminata en barro, árboles y un pequeño río de lo que me enteré fue ya durante el recorrido. Yo iba cero preparada para este tipo de caminatas, iba con un maletín pesadísimo de los que se cuelgan de un hombro y una mochila llena de cosas que no necesitaba pero como supuestamente no era tan grave cogí mis motetes y arranqué hacía Juanchaco.
Salimos varios mochileros, éramos como 9 personas caminando pero a la mitad del recorrido, a una Española le picó un animal y se le empezó a hinchar la mano. En vista que el camino no pintaba nada fácil, todo el grupo decidió regresar y yo, con la necedad que me caracteriza y tirándomelas de guerrera dije que carajo y seguí caminando con Mario, un Italiano.
Llevábamos como 40 minutos de camino, recuerdo estábamos a punto de llegar a la playa de Juanchaco; la podíamos ver de donde estábamos. A estas alturas ya tenía todas las piernas y brazos rajados de las cien mil ramas que habían en el camino, el hombro vuelto una etcétera del peso del maletín y completamente insolada, el sol estaba canalla eran las 12 del día. Quedaba la última bajada para llegar a la playa cuando de la NADA, literalmente de la nada, salió un perro gigantesco con los colmillos afuera, ladrando más no poder, directico hacia nosotros.

Fue una escena apocalíptica. En la mitad de la jungla, una Colombiana y un Italiano enfrentados a un perro salvaje completamente indefensos a la voluntad de ese animal silvestre. Yo me imaginé lo peor, por mi cabeza pasaron todos los escenarios habidos y por haber y en ninguno de ellos le ganaba yo al perro. Yo estaba paralizada y en mi mente solo pensaba: "No marica. Me morí en el Pacífico comida por un perro y este Italiano no creo que se vaya a sacrificar por mí. Nojoda mando huevo".
Pasaron unos segundos después de haber asimilado mi muerte y ahí empecé a gritar. Mario también entró en pánico y ninguno de los dos se movía. Fueron como cinco minutos pero se sintieron como una eternidad. Afortunadamente, por obra y gracia del universo, del monté salió un hombre y cogió al perro por el cuello con una especie de cuerda, le puso un bozal y en ese momento me regresó el alma al cuerpo. Mario y yo nos quedamos viéndonos un par de minutos, contemplando lo que acababa de pasar. Recuerdo que nos abrazamos como quien dice "sobrevivimos", nos sentamos en medio de los árboles para recuperar la respiración y después de un rato seguimos bajando a la playa.

Llegamos a la playa y se sintió la gloria. El hombro se me iba a reventar, la cara y el pecho me ardían del sol pero ya estábamos del otro lado, ¡lo logramos! En el muelle de Juanchaco me despedí de Mario, salió en una lancha para Buenaventura y yo cogí un mototaxi para Casa Azul, el hostal donde era el Retiro de Yoga situado en la zona de Ladrilleros.
Cuando llegué ya habían empezado con las actividades del día, saludé a las dos instructoras y me uní al grupo que luego, poco a poco, iría conociendo. Hicimos un par de ejercicios y procedimos a hacer una actividad: El Camino de la Vida. Era una actividad bastante simple pero reveladora que consistía en narrarle al grupo tu vida de una manera cronológica e ir marcando los obstáculos o momentos cruciales a los que cada quien se había enfrentado.
La escena era la siguiente: estábamos en una chocita con piso de arena y techo de paja, estábamos rodeados a un lado por el mar y al otro, por naturaleza, un monte lleno de plantas y árboles. La chocita tenía unas mantas con mándalas colgadas lo que inspiraba un ambiente de armonía y calma, además, estaba algo retirada del resto del hostal por lo que se sentía un lugar tranquilo y privado. Estábamos todos sentados en un circulo y en medio del circulo estaban unas colchonetas de yoga acomodadas en una fila en forma de camino.

Y bueno, así empezó cada uno a pasar por el camino contando su historia. Se empezaba en un extremo de las colchonetas indicando el momento en el que nacimos y se iba avanzando lentamente hacía el otro extremo que representaba el momento actual en el que estábamos. En el camino debíamos marcar con un cubo de yoga todos los sucesos o eventos significativos que nos habían marcado, y en forma de obstáculo, pasar por encima de ellos, simbolizando que los habíamos superado y que eso nos había llevado a donde estábamos.
Fueron unas historias de vida realmente asombrosas, unas más transcurridas que otras pero todas caracterizadas por una humildad y sinceridad impresionante. A medida que cada quien expresaba sus vivencias, duelos, y experiencias se sentía una energía fuerte y honesta, y una vibra en la que todos conectábamos a través de palabras y recuerdos.

Cada una de las personas que pasaba por ese camino, demostraba una valentía impresionante. Un coraje primero, para atreverse a contar su historia y segundo para mostrarse tal cuál era con sus sentimientos, sus virtudes y sus defectos. Fueron historias muy reales e impactantes. Cada uno caminaba lentamente sobre la colchoneta, paso a paso, contando no solo un momento crucial si no muchas experiencias difíciles que les había tocado vivir y demostraban como esa experiencia, de una forma u otra, los había llevado a la persona que eran hoy. Todos habían vivido experiencias fuertes; habían tenido eventos muy puntuales que los habían llevado a giros inesperados en sus vidas y experiencias que habían sobrellevado y superado con una tenacidad admirable.
El orden en el que pasábamos era voluntario. Terminaba uno y alguien alzaba la mano y decía "ahora voy yo" y así sucesivamente. Yo estaba nerviosísima, con un susto rarísimo y a la expectativa de contar mi historia; no quería que me tocara el turno pero sabía que no tenía alternativa. No sé a que le temía, ninguno de los que estaba ahí me conocía, no habían expectativas y el ejercicio no era más que narrar tu historia.
Pero bueno, llegó mi turno y las piernas me temblaban. Me paré al principio del camino y en menos de dos minutos, casi sin respirar, narré mi historia:
"Bueno, yo nací en una familia privilegiada, tengo 3 hermanos y unos papás maravillosos, nunca me he peleado con ninguno y nunca he vivido ninguna crisis familiar... mi familia es grande, alegre, unida y todos nos amamos ... estudié en uno de los mejores colegios de Barranquilla y fue maravilloso, nunca tuve ningún problema en el colegio, tuve amigos, la pasaba bacano y académicamente era de las mejores del curso ... me gradué y me fui a vivir a Bogotá, vivía en un apartamento espectacular con mis primas, entré a una de las mejores universidades del país y me fue super bien toda la carrera ... tuve un promedio super bueno, nunca perdí una materia, hice unas amigas increíbles, tuve un novio maravilloso y todo fue perfecto ... luego me gradué y entré a trabajar a una multinacional increíble, a un puesto espectacular, envidiable por cualquier persona de mi nivel laboral, con gente increíble, un super salario, un jefe maravilloso y todo ha sido super bueno hasta ahora ... he viajado toda la vida, siempre he hecho lo que he querido, no tengo ninguna decepción grande y tampoco he sufrido nada grave en mi vida".
Al terminar de contar mi historia, respiré profundo y me quedé un par de segundos con la mirada hacia el piso. Todos estaban en silencio esperando que llegara al final del camino pues seguía parada en el mismo lugar en donde comencé. Todavía tenía los dos bloques de yoga en la mano y es que en mi vida no había pasado nada; no había tenido ningún obstáculo o enfrentado ningún desafío. Mi vida hasta el momento había sido perfecta. No me había pasado N A D A.
Mi vida era completamente lineal, yo nací teniéndolo todo. Todo me lo habían dado, y si bien había conseguido cosas por mis propios méritos yo sentía que realmente las había conseguido por la cuna de oro en la que nací y no porque yo había hecho algo, pues ¡¿¿qué tanto tenía que haberme esforzado yo para llegar donde estaba si siempre lo había tenido todo??! Así pensaba en esos momentos y cargaba con una culpa infinita por tener cosas que los demás no tenían. Sentía rabia por tener cosas y oportunidades a las que otros no tenían acceso, rabia por las injusticias que veía, y rabia por los privilegios que yo tenía. Me preocupaba más por los sueños de mis amigos que por los míos y todo esto hacía parte del piloto automático en el que estaba navegando.
Pocos segundo después, todavía mirando hacía el piso caminando hacia el final del camino, volví a hablar: "Mi vida ha sido perfecta, a mi no me ha pasado nada pero estoy aquí porque con todo y eso yo no estoy bien. No estoy bien, no sé por qué, y no sé por donde empezar a buscar".
En este momento cargaba lágrimas en mis ojos y una tensión en la espalda que nunca había sentido antes. Se sentía como una fuerza que venía de los pies y se acumulaba arriba en mis hombros. Un dolor y una pesadez inmensa. Una carga de culpa y una fuerza que me halaba hacia el piso. Es raro de explicar pero en mi cabeza este momento lo recuerdo como si el mundo a mi alrededor estuviera quieto. Como si yo me estuviera viendo desde arriba dentro de una bola de cristal en la que estaba encerrada y con una mascara puesta. Mi vida había sido perfecta pero yo sentía que tenía que salir de ahí, escapar de quien yo era y de la manera en la que había vivido.
En ese momento parada al final del camino, Isa, una de las instructoras, me dijo algo. No recuerdo si fue una pregunta o un comentario pero recuerdo que respondí en medio de lágrimas: "Tengo que renunciar".
Esas tres palabras salieron de adentro de mi como si las estuviera escupiendo. Fue como si salieran de mi estómago y no de mi mente; no las vi venir. Las dije en voz alta y cuando las dije sentí una liberación infinita. Para mi fue una revelación; mi cuerpo se hizo liviano y se me fue el peso de la espalda. Sentí que respiraba; me entró un aire fresco y ligero a los pulmones y sentía como mis pensamientos se iban aclarando.
Esas tres palabras marcaron un antes y un después en mi vida. Y, ¿por qué? la respuesta es sencilla: ha sido la primera decisión que he tomado en mi vida la cual ha marcado un cambio de rumbo. Fue una decisión que interrumpió el camino en el que estaba y con la que intencionalmente decidí cambiar la dirección a la que me estaba dirigiendo y dirigirme hacia la corriente en la que YO quería fluir.
En ese momento me refería al trabajo pero luego me di cuenta que era mucho más que eso.
Tenía que renunciar no solo al trabajo, si no a creencias y a juicios de valor, presiones y expectativas que tenía yo en mi cabeza. Tenía que dejar mi vida perfecta y encontrar una vida perfecta para mi. Vivir bajo mis estándares y mis aspiraciones, encontrar eso que me motiva a levantarme, enfrentarme a mis miedos y sentirme viva. Buscar adrenalina en mi día a día y no vivir la vida perfecta encajonada en un check list: buena familia, check, buen colegio, check, buena universidad, check, buen trabajo, check, buenos amigos check ... vida soñada, ¿no? y puede que sí lo sea, pero simplemente no es la vida soñada para mí.
Tenía que renunciar al camino que yo creía que tenía que vivir. Tenía que enfrentarme a mi misma y cuestionarme quién era y qué quería. Quería independencia, quería retos, quería experiencias, quería un montón de cosas que no había logrado sentir y no sé si era por miedo a explorar lo desconocido o porque ni siquiera era consiente que existían esas posibilidades pero lo que si sabía es que nunca me había tomado el trabajo de descubrirlo.
Y así, con el tiempo, porque no ha sido de un día para otro, con mucha autocrítica y auto evaluación, me he dado cuenta que no hay que vivir nada extraordinario para tener una vida extraordinaria. Que con el mayor nivel de privilegios, existe un mayor nivel de responsabilidades; y es ahí, cuando eres capaz de asimilar eso, que realmente puedes ser alguien de valor y vivir intencionalmente, con valores y propósito.
En el Pacífico también aprendí la magia de estar sola. Entendí que la vida es la suma de experiencias cortas y conexiones fugaces, de relaciones platónicas y momentos inolvidable, y que realmente tu vida es todo lo que TÚ quieres que sea y que depende de ti y de nadie más. Disfruté cada momento de ese paseo: la libertad de hacer lo que se me diera la gana, la tenacidad de enfrentarme a situaciones fuera de mi control, salir de mi zona de confort, ponerme a la intemperie, enfrentarme a la naturaleza y la inmensidad del mundo, dormir bajo la lluvia, abrirme a desconocidos y disfrutarme, aprenderme y conocerme.

Y bueno, el resto del Retiro es historia. Fue una experiencia sencillamente espectacular. Eramos nueve personas: una colombo-francesa, un europeo, una paisa, cinco caleños y yo, una costeña; cada quién con su chispa, su magia y entre todos, con una química bacanísima. Nos convertimos en amigos, unidos por una casualidad divina que nos llevó a coincidir en ese preciso momento y de quienes me llevé un aprendizaje de regreso.
Hicimos varios rituales, yoga todas las mañanas y todas las tardes, caminatas en la playa, bailamos salsa, hasta cerveza tomamos. Un día fue de aventuras y nos fuimos a recorrer sitios hermosos, unas cascadas gigantescas y unos paisajes hermosísimos y sí, vimos ballenas!!!!! Un momento mágico y místico que le dio un toque perfecto a esta gran aventura. Un animal gigantesco que te recuerda lo pequeño y lo vulnerable que eres ante la inmensidad del mar y del universo, y que todo lo que ves, es pasajero.

Y pues sí, esa fue mi historia en el Pacífico. La recuerdo como el primer día del resto de mi vida porque desde esa experiencia, como una bola de nieve, se han ido dando nuevas realidades.
Cumplí mi sueño de ver ballenas y conocí personas con historias de vida increíbles, pero más que eso, empecé un camino sin retorno. Y como todo, del dicho al hecho hay mucho trecho, tomé la decisión de renunciar a mi trabajo ese 3 de Agosto pero la renuncia no la hice efectiva sino hasta mediados de Octubre y, por supuesto, fue un proceso largo de asimilación y de decisiones no tan sencillas de tomar. Y así como renuncié al trabajo he ido renunciando a muchas otras cosas, encontrando piezas del rompecabezas en el camino y cada día en una constante búsqueda de nuevas experiencias e independencias que hacen parte de mi código auténtico.
El regreso a Bogotá fue otra travesía, en resumidas cuentas me dejó el avión de Cali pero como todas mis historias, es esa adrenalina disfrazada de despiste que, caracterizadas por un instinto impulsivo y por corazonadas efusivas, son las que las hacen, en mi opinión, ¡dignas de contar!
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